La siguiente carta fue enviada a quien me pastoreó durante 10 años en la Iglesia Evangélica Pentecostal de Ñuñoa, un 24 de enero del 2018. Fue escrita a modo de testimonio y tranquilidad de consciencia, a razón de la precariedad doctrinal que constantemente escuché de varios predicadores de la comunidad. Sigo pensando básicamente lo mismo, aunque la crisis doctrinal y de disciplina interna son más patentes que nunca, y me terminan alejando irremediablemente de la corporación. La situación actual de la IEP continúa arrastrando a muchos feligreses, a los linderos de la ignorancia evangélica protestante.
Instituciones
A veces pensar institucionalmente para el bien común significará proteger las instituciones heredadas. A veces significará asumir responsabilidad por instituciones tambaleantes. Y, algunas veces, significará innovar en nuevas estructuras.
Emily Rose Gum
La siguiente es una traducción realizada para estudiosevangelicos.org, el 25 de mayo del 2015. Cubre un artículo acerca del realidad institucional que nos rodea, y cómo es necesario que como cristianos tengamos cierta consciencia crítica de ella. Su autora es Emily Rose Gum, graduada de Ética cristiana, de la Universidad de Oxford.
La necesidad de imaginar las instituciones.
Cuando creces en un pueblo pequeño, como yo lo hice, sin alejarte nunca más que media milla, no es fácil imaginar que una escuela puede ser diferente a aquella en la que te formaste junto a tus hermanos. Sé esto porque cuando tenía quince años un inteligente profesor me asignó una tarea muy creativa: imaginar la escuela perfecta. Este profesor no me estaba pidiendo simplemente imaginar la infraestructura o los profesores ideales, aun cuando incluía estos aspectos, sino la institución completa: el horario, las reglas, y también su ethos. Se me invitaba a pensar acerca de cada componente de la educación y cómo encajaban juntos para ser más que la suma de las partes.
He venido a darme cuenta de que la tarea que me dio mi profesor fue más extraña y acertada de lo que yo podía entender en ese entonces, y tal vez más de lo que él pensaba.
La tarea no solo me desafió a madurar más allá de lo que experimentamos como niños –cuando tomamos las instituciones formativas en nuestra vida como algo dado- sino
que también me desafió a rechazar la tentación de pasar por alto o cosificar la institución educacional. Se me pedía no descartar ni defender la institución, sino entenderla como necesitada de una buena forma, tal que por medio de sus buenas ideas y liderazgo pudiera cumplir lo que imaginaba.
Las instituciones que poblamos todo el tiempo –familia, colegio, vecindario, iglesia, y otras- comprehenden una arquitectura social que es el contexto en el que perseguimos nuestro bien y el bien de nuestros vecinos. La presencia universal de estas instituciones da la impresión de invisibilidad, y por eso tendemos a tomarlas por garantizadas. Pero no deberíamos. Ciertamente lo hacemos en perjuicio nuestro. Tomándolas como algo dado podemos olvidar que su actual constitución –sea buena o mala- fue imaginada e instituida en un momento en particular, por pecadores como usted y como yo. Nosotros somos los responsables de imaginar cómo estas instituciones servirán a nuestros vecinos e hijos en el futuro.