Ciudadano promedio nace de un juego de palabras. Por un lado el concepto de ciudadano debería recordarnos la Grecia de las ciudades- estado, más conocida como las Polis, por allá alrededor del 750 A.C, donde algunos ciudadanos, no todos, discutían temas de interés que involucraban a la comunidad y tenían el derecho de deliberar al respecto en las asambleas.
Visto así, parece noble y honroso ser y parecer un ciudadano, pero no vayamos tan rápido. Asumir ese derecho implica deberes: Estar ahí, comprometerse, tomarse el tiempo de participar, informarse, hacer un uso prudente de retórica y argumentación. Y dichas tareas no siempre se cumplen con la frecuencia que uno quisiera. Ya sea porque la rutinas laborales actuales lo impiden -o por lo menos a ratos parecen un obstáculo- ya sea por cierta indiferencia cultural que termina permeando en uno mismo, o incluso por falta de costumbre. Y me apresuraría a aclarar que esto de comunicar lo que pienso no es mi costumbre, una muy mala costumbre dicho sea de paso.
Y ahí nace lo de promedio, como una manera de matizar tan alta aspiración. Casi en un tono jocoso. Porque si eres chileno como yo, estarás claro que agregar el calificativo de promedio a una frase, inmediatamente calibra o por lo menos modera las expectativas que puedes tener respecto de algo o alguien: «Ese es un político promedio«, por dar un burdo ejemplo. Pero la palabra promedio no solo cumple ese papel, porque así como en estadística puede significar un valor medio, también es sinónimo de esperanza, de lo esperado, de lo que se espera.
Por lo tanto, voilà, tenemos un ciudadano promedio. Un personaje que siente la necesidad de comunicar visiones, perspectivas, incluso de plantear temas incómodos, contraculturales, políticamente incorrectos, convicciones profundas, pero que se encuentra a medio camino en el cumplimiento de sus deberes, pero espera remediar dichos silencios. Espera compartir. Espera influir. Ya no como el ciudadano griego, sino como ciudadano de mundo. Tal vez incluso un poco a la fuerza, sin buscarlo con tanta pasión, pero dejando fluir algo con lo que se nace y de donde se nace. Porque quien nace en esta geografía loca, le guste o no, nace en medio de un tejido de redes sociales, de noticias inmediatas, de irreflexión, de un ir y venir de sermones cliché con tal cobertura mediática, en todo orden de institución humana -iglesias evangélicas incluidas- que no es tan difícil sentirse ahogado por esa corriente de sinsentido. Pero se debe respirar, se debe sobrevivir. A eso me refiero con el fluir: un fluir de sobrevivencia. Este medio me parece ayudará a varios en esa empresa, pero principalmente a mí.
Por último, y para adelantar lo que podrán encontrar en este sitio. Cruzaré constantemente por dos veredas: La llamada «secular y la religiosa». Las cursivas son a propósito pues ya vendrá el momento adecuado para aclarar, definir e integrar ambos conceptos. Por lo pronto y usando la analogía de un caminante, me moveré libremente atravesando esta calle, por ambas veredas, por lo que verán ensayos de alto contenido secular -mundano, diría más de alguno- y otros cargados a materias religiosas. Pero también les cuento habrá muchas columnas que integren ambas perspectivas. Y eso ya no será caminar, será conducir.