
-«¡En la obediencia está la ganancia!», exclamó el fervoroso pastor mientras arengaba a su congregación, un domingo antes de ser leída la mesa directiva del nuevo año que se acercaba, esperando con ello cooperar en el ánimo de los hermanos que tenía pensado proponer, para cargos y funciones por todos conocidos en la dinámica de la Iglesia Evangélica Pentecostal (IEP).
Esta breve columna fue escrita a raíz de una de las tantas crisis que enfrenta la Iglesia Evangélica Pentecostal en el pasado reciente, ad portas de un nuevo periodo de nombramiento de cargos, por allá por enero del 2020.
Centralismo eclesiástico
-«¡En la obediencia está la ganancia!», exclamó el fervoroso pastor mientras arengaba a su congregación, un domingo antes de ser leída la mesa directiva del nuevo año que se acercaba, esperando con ello cooperar en el ánimo de los hermanos que tenía pensado proponer, para cargos y funciones por todos conocidos en la dinámica de la Iglesia Evangélica Pentecostal (IEP).
Este es el conocido cuadro que se acostumbra a ver por estas fechas en nuestras comunidades, cuando juntas de oficiales y pastores colaboran en presentar ternas y equipos de trabajo para el año que viene, en un entendimiento participativo y deliberante. Pero ¿es tan así?, Y si efectivamente así fuera, ¿Juega la congregación algún rol en estas decisiones? Mal que mal, la congregación del “local” -esa unidad básica y vital donde, tal vez, se juega gran parte de la vida comunitaria de una iglesia- es quien va a recibir aciertos y desaciertos de quien llegue a administrar y corregir asuntos de índole práctico y doctrinal dentro del acotado, pero íntimo, tejido de familias y feligreses que frecuentan dicho local. Pero ¿qué sucede cuando el círculo de influencia ya no es ni acotado, ni íntimo? ¿Qué sucede cuando las decisiones involucran a más de un millón y medio de personas, ese 17% de chilenos y chilenas que se declaran evangélicos?
No nos engañemos. La Iglesia IEP es, probablemente, la congregación con más metros cuadrados construidos y con mayor cantidad de fieles de todas las iglesias evangélicas del país. Las decisiones que se toman centralmente afectan a todos sus congregantes. Y, a diferencia de la vida de local, el contexto ya no es ni acotado, ni íntimo, ni menos temporal.
El centralismo parece haber llegado para quedarse a la IEP. Así sin más. Sin cuestionamientos ni mayor participación. Pero sus defensores parecen olvidar puntos importantes que conviene revisar. Uno de ellos tiene que ver con la escasa conciencia del aspecto voluntario en el servicio. Cuando el asunto se plantea tal cual la frase que da comienzo a esta columna: “En la obediencia está la ganancia”, el evento toma ribetes heroicos, militares. El obediente llamado de pronto se convierte en un mártir viviente que, ofrendando su tiempo -y de paso el tiempo que le debe a su familia, la cual es su primera y más relevante iglesia, 1 Tim. 5:8- y callando cual manso cordero, logra casi que visualizar la bendición que le reportará este servicio, esta “negación” de sí mismo. Ni hablar del que se repite el plato año tras año. Aquel tiene el cielo ganado, diría un católico romano. Qué bueno que nadie en la IEP piense cosas como esas… Tal es el grado de abnegación, que algo de mérito ha de reportarle, podrían razonar. Así las cosas, el acto libre de entrega se ve cuando menos opacado por el deber imperativo del mandante: El pastor, el jefe de zona, el Superintendente, etc. El objeto del asunto es satisfacer la demanda: Construir ese templo, proveer los diez predicadores que durante la semana se van a necesitar, darle un rostro visible al liderazgo de la juventud, suplir ese perezoso secretario de escuela dominical. Todo esto a título de la “necesidad de la obra” y el “someterse a la autoridad”. Es lamentable que el sometimiento se entienda en el siguiente orden: Dado que la autoridad lo dice, el comandado ha de someterse. Razonar así, olvida por completo que este registro nace al revés: el llamado bíblico parte siempre desde quien ha de ejercitar la humildad (Ro 12:1), y no desde quien ha de exigir humildad (1Pe 5:2), como si eso fuera posible.
El criterio de autoridad
Pero no me mal entiendan. La iglesia necesita que los dones y ministerios de sus miembros puedan desplegarse en plenitud. Ya lo dijo el Maestro: “La mies es mucha, más los obreros son pocos” Mat. 9:37. Y por cierto Pablo lo secunda ampliando las categorías de servicio y ministerios en 1 Co. 12. Mi punto no busca ignorar esto, sino plantear, lisa y llanamente, lo inadecuado del esquema. Tampoco es una crítica vedada al actuar de la curia de la iglesia, si es que hoy en día exista algo así, si es que acaso habrá espacio para dicha curia. Quién sabe el centralismo hasta se la comió… El asunto remite a ese aire inexpugnable, incuestionable de la decisión impuesta y del silencio cómplice y cómodo del hermano de la banca, el laico.
Así las cosas, ya se vislumbra una segunda arista en el análisis, que tiene que ver con hábitos perpetuados en el tiempo, deficientes, incompletos. Que dan cuenta de una práxis teológica inadecuada. Me permito aclarar: La práctica común y conocida olvida y anula, como ya dijimos, el componente voluntario en el servicio, pero esto también conlleva a una comprensión del sometimiento desequilibrada. O incluso peor: Un sometimiento totalmente sesgado. Beneficioso para quien decide, con un aire arbitrario, pero perjudicial para una feligresía que necesita con urgencia ser educada en el ejercicio virtuoso de la responsabilidad. Porque si todo se asume como mandatado casi que directo del cielo, ¿qué lugar hay para la autocrítica, para la sana retroalimentación, para el deliberar cristiano? ¿qué espacio queda para el consejo sabio de muchos? Prov. 11:14 En este contexto no caben -ni siquiera en un imaginario colectivo- la rendición de cuentas públicas: financieras, de gestión y las que convengan. Menos aún la participación de congregantes en decisiones de índole nacional. Sin ir más lejos, cuenta la leyenda que hace unos cuantos años existían delegados con poder de voto en conferencias1.
Tampoco este sometimiento mutuo mal entendido, distinto del que habla Ef. 5:21, 1era Pe. 5:2,3 y 2da Co. 20:21 -por si alguien aún se cuestiona si es que acaso es bíblico todo esto-, podría dar cuenta de transparencia en algo tan simple como un conteo de votos -Tribunal pastoral calificador de elecciones y notario incluido- en decisiones de traslado de pastores, admisión de nuevos pastores, designación de obreros al extranjero, decisiones disciplinarias y un sinfín de etcéteras. Todos estos conceptos son parte del superior e infalible criterio de la autoridad. Resguardado de todo cuestionamiento, dicho criterio se ha terminado de perfilar como infalible.
Pero una mala práctica teológica, como acabamos de revisar, implica un entendimiento implícito de las ideas que le dan soporte, bíblicas o no -ejercicio de entendimiento que, de ser práctica frecuente en nuestra cultura IEP, sería argumento suficiente para oponerse al fanatismo por “la enseñanza práctica”, discurso que a ratos escuchamos desde los púlpitos- Pero, volviendo al tema, ¿qué ideas podrían dar soporte a prácticas tan difundidas, que son parte de la costumbre pentecostal? Supongo que muchas, pero una en particular nos debería llamar la atención. Mencioné unas líneas atrás el carácter infalible de algunos encargos, a solicitud de la autoridad. Pues bien, la infabilidad de quien dice tal o cual cosa tiene una clara raigambre católica romana. Esto es, la Iglesia Católica Romana desde el Concilio Vaticano I (1870)2, concede al dogma de infabilidad papal un lugar preponderante en el ámbito de la autoridad dentro de la iglesia, el cual también viene a constituir el complemento necesario al depósito completo de Revelación divina, todo esto para definir materias de iglesia:
-« “El Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra (con autoridad), esto es, cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres. Por esto, dichas definiciones del Romano Pontífice son en sí mismas, y no por el consentimiento de la Iglesia, irreformables.”
Límites inexistentes
Sin embargo, no todo lo que habla el Papa puede ser considerado ex cathedra, el mismo Catecismo de la Iglesia Católica define que para dichos de plena autoridad estos deben ser exhortos a la Iglesia en general (y no opiniones personales), definitorios (el Papa define doctrina que no habrá de cambiar), y aplicable solo a cuestiones fe y moral (no en ciencia, política, deportes, etc.). 3
Pues bien, surgen preguntas. ¿Es posible que en la concepción de autoridad que la feligresía IEP entiende, perviva este componente romano? Ya examinamos que, en el concepto de autoridad el componente voluntario, que nace en la primera persona singular, es anulado y que además el concepto de sometimiento es trastocado al quedar impune de responsabilidades quien ordena, pues, vendría a ser receptor privilegiado e incuestionable de divinal iluminación, pero ¿No será nuestro caso aún peor? Después de todo la infalibilidad papal, con todo lo “ajena” que pueda parecernos, tiene límites definidos en su catequismo y, seamos francos, lo que dice un Presbítero o Superintendente es, para todos los efectos, ley. Entonces, ¿basta esto para levantar un dedo acusador a dichas prácticas?
Tal vez las alertas sí deben levantarse. Pero acá lo que importa es que por un dedo que apunta, el resto nos acusa a nosotros, los laicos. Por haber callado tanto tiempo, en la comodidad de nuestra banca, en una actitud irresponsable y llena de desdén por nuestra institución – porque la pasividad de la banca no es otra cosa que un carnal desdén por el bienestar espiritual de nuestra comunidad y hermanos-, por evitar “calentarse la cabeza”, y con ello aceptar cuanta irregularidad y abuso de poder se nos ha cruzado en el peregrinaje eclesial.
Al fin y al cabo “hay que mirar a Dios solamente”, se nos inculca, junto con que “los pastores darán cuenta de sus congregaciones”. Pero, ¿será tan así? ¿Es la obediencia ciega garantía de ganancias, cualquiera sea la naturaleza de estas ganancias? El parecer bíblico parece indicar otra cosa.
Notas:
- Estatutos de la Iglesia Evangélica Pentecostal, Personalidad jurídica de Derecho Privado Nº 2424 (Año 1940) Artículos 4, 7 y 8:
Artículo 4: “…Serán miembros de la Corporación IEP… Un delegado de la Junta Oficial de toda Iglesia que tenga bienes raíces que representar…” ,
Artículo 7: “Todos los miembros de la IEP indicados en el artículo cuarto deberán reunirse en Conferencia…Para los efectos de estudiar y resolver los problemas propios de la Iglesia…”,
Artículo 8: “El quorum para sesionar de estas Juntas Generales, será la mayoría absoluta de sus miembros…” ↩︎ - Concilio Vaticano I. Constitución dogmática Pastor Aeternus, 4ª sesión 18/07/1870. Capítulo 4: Sobre el magisterio infalible del Romano Pontífice. ↩︎
- Catecismo de la Iglesia Católica. Artículo 9: Creo en la Santa Iglesia Católica. Párrafo 4: Los fieles de Cristo: Jerarquía, laicos, vida consagrada. Punto 891 ↩︎